Lectio Divina viernes 03 de diciembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo – A- Lecturas: Isaías 29,17-24; Sal 26; Mateo 9, 27-31
Al marcharse Jesús le siguieron dos ciegos gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David.» Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: - «¿Creen que puedo hacerlo?» Contestaron: - «Sí, Señor.» Entonces les tocó los ojos, diciendo: - «Que les suceda conforme a su fe.» Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: - «¡Cuidado con que lo sepa alguien!» Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
VEAMOS NUESTRA REALIDAD. Hoy también, cada uno de nosotros, quién más quién menos, necesitamos que se abran nuestros ojos para poder ver mejor las cosas de Dios. Con frecuencia nuestros ojos se cierran o se dificultan para las cosas del Espíritu. En otra parte del evangelio Jesús nos advierte que para ver las cosas de Dios se necesita tener el corazón limpio (Sal 27,4-4). Rectitud de conciencia, limpieza de ojos, inocencia de corazón para poder ver a Dios y llegar al conocimiento de los secretos divinos. Y demos hoy gracias a Dios que nos ha permitido ver con los ojos espirituales las necesidades de nuestros hermanos y también que por este medio podamos recibir su palabra que nos haga vibrar en el espíritu.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Una de las obras del Mesías consiste en dar vista a los ciegos, como signo de la salvación definitiva, anunciada por los profetas. Este relato insiste, una vez más, en la necesidad de la fe para que se realicen los milagros. La fe consiste en una relación personal con Jesús, en la que el discípulo se abandona totalmente al poder del Señor y él lo salva.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
Contemplamos a estos dos ciegos con sus bastones por el camino. Van corriendo “a trompicones”. Quizás siguen apresuradamente a algún lazarillo que les lleva detrás de Jesús hasta que agotados lo alcanzan. Pero el Maestro parece no darse cuenta de su estado. Les pregunta: “Creen que puedo curarlos...” ¿No habrían demostrado ya su fe corriendo a ciegas, y aún clamando misericordia por el camino? Jesús quiere provocar en ellos una adhesión plena porque eran hombres iluminados por la fe. Para ellos, recuperar la vista física será consecuencia de esa otra visión, más necesaria y profunda: su fe. El verdadero milagro es invisible y está en el interior de cada hombre que cree.
La fe que estos hombres tenían en sus corazones no les ahorró ningún esfuerzo, ninguna dificultad a la hora de alcanzar a Jesús. Es verdad que gracias a la fe nuestra vida espiritual crece y se “ilumina”, sin embargo, ni siquiera en el ámbito espiritual tener fe significa automáticamente poseer un conocimiento cierto, o una seguridad completa. Porque la fe sólo es auténtica cuando se conquista paso a paso, entre caídas y temblores, entre oscuridades y gritos de auxilio. Le fe es una lucha, al estilo de san Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe” (2Tim 4, 7-8).
No dudemos, y sobre todo no temamos a las oscuridades y a las dudas de la vida. Cuando todo esto nos ocurra en el camino, por más arduas que se presenten, precisamente por eso, debemos alegrarnos de que así sea. Las pruebas de la fe son garantía de su autenticidad. Entonces nuestro caminar será parecido a aquel que un día recorrieron “a trompicones” dos pobres ciegos iluminados por la luz de su fe y siguiendo al Señor.
No dudemos, y sobre todo no temamos a las oscuridades y a las dudas de la vida. Cuando todo esto nos ocurra en el camino, por más arduas que se presenten, precisamente por eso, debemos alegrarnos de que así sea. Las pruebas de la fe son garantía de su autenticidad. Entonces nuestro caminar será parecido a aquel que un día recorrieron “a trompicones” dos pobres ciegos iluminados por la luz de su fe y siguiendo al Señor.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿Nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿Seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude? ¿De qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy? ¿O preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Jesús, me preguntas: ¿Crees que puedo hacer eso? Te respondo: Sí, Señor. Tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día. Y aunque es muy difícil moverse a oscuras, Tú me pides que te siga primero un poco a ciegas, fiándome de Ti, como te siguieron estos dos ciegos antes de darles la vista. Si los dos ciegos hubieran esperado a ver todo clarísimo antes de dar un paso, no lo hubieran dado nunca, ni tampoco se hubieran curado. Igualmente, si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada. Que me decida, Jesús, a empezar a caminar: a seguirte más de cerca, a tener más vida interior, a rezar más, a santificar el trabajo día a día. Si lo hago así, me darás la visión sobrenatural que necesito, y -como los ciegos- sabré divulgar tu mensaje a mí alrededor. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: “Y se les abrieron los ojos” dice el mensaje de hoy: Ver, ver… pero más bien “saber ver”… O mejor: “Mirarse de cerca”
Hay que mirar intensamente, quitar estorbos y prejuicios, lavarse los ojos para descubrir valores, empañados muchas veces por la rutina y el cansancio. Pero no basta. Hay que mirar también en cercanía, que la distancia es como la bruma que impide percibir las cosas. "No juzguen únicamente según las apariencias, deben juzgar con rectitud" (Jn 7, 24).
Marchando un día hacia la montaña, muy temprano y con un tiempo brumoso, percibí en la ladera algo que se movía y tan raro que lo tomé por un monstruo. Cuando estuvo más cerca, vi que era un hombre. Cuando por fin lo alcancé, descubrí que era mi hermano.
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