Lectio Divina miércoles 29 de diciembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo – A- Lecturas: 1Juan 2, 3-11; Salmo 95; Lucas 2,22-35
PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA
De la primera carta del apóstol san Juan 2, 3-11
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tienen desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que han escuchado. Y, sin embargo, les escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en él y en ustedes–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Del Evangelio según san Lucas 2, 22-35
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: - «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
VEAMOS NUESTRA REALIDAD. «Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza». Si no, todavía estamos en las tinieblas, y la Navidad habrá sido sólo unas hojas de calendario que pasan. Es un razonamiento que no necesita muchas explicaciones. Navidad es luz y es amor, por parte de Dios, y debe serlo también por parte nuestra. Claro que la conclusión lógica hubiera sido: «también nosotros debemos amar a Dios». Pero en la lógica de Jesús, que interpreta magistralmente Juan, la conclusión es: «debemos amarnos los unos a los otros». Habría bastante más luz en medio de las tinieblas de este mundo, si todos los cristianos escucháramos esta llamada y nos decidiéramos a celebrar la Navidad con más amor en nuestro pequeño o grande círculo de relaciones personales.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Dios viene a su pueblo como de incógnito, como un niño llevado en los brazos de su madre. Simeón, el anciano en el templo, tomó a Jesús en sus brazos y reconoció a este niño como al Salvador esperado por los judíos en el Antiguo Testamento, pero, al mismo tiempo también, como la salvación para todos los pueblos y todos los hombres. En Jesús el viejo Israel puede desvanecerse en paz. Este niño iba a ser gloria de Israel, sí, pero también luz de todos y cada uno de los paganos. Viene a nosotros ahora no solamente a ser la luz para nosotros, los cristianos. Él no nos pertenece a nosotros en exclusiva, sino que es de y para todos los hombres sin excepción. San Juan nos dice cómo reflejar la luz de Cristo: Todos los que aman a su prójimo están viviendo en la luz.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
La Palabra de hoy nos presenta lo que podríamos llamar un “personaje secundario” de los Evangelios, que sin embargo puede ser un icono de una vida lograda. Se trata del anciano Simeón.
Simeón era un “hombre justo y piadoso”. Desde ese dato podemos imaginar que, como tantos hombres y mujeres de aquél tiempo –y de todos los tiempos-, había vivido una vida más o menos sencilla, con sus luces y sombras, con sus certezas y dudas, en acogida de Dios y en servicio humilde hacia los demás. “Una buena persona”, “un hombre de Dios”, podrían comentar de él sus vecinos. Seguro que algunos simpatizaban más con él que otros, que ya se sabe que siempre pasa. Pero no tenía grandes enemigos declarados. Porque en su corazón había siempre un lugar para el perdón y la reconciliación. Quizá porque él también necesitó ser reconciliado y perdonado en más de una ocasión. Y era de los que, en medio de la confusión del mundo -en su época y en todas las épocas- no había perdido la esperanza. Y “aguardaba el consuelo de Israel”. Con una profunda confianza en el Dios en cuyas manos vivimos, nos movemos y existimos. Este es Simeón. Con toda su historia. “El Espíritu Santo moraba en él”.
Este es quien, en el relato de Lucas, toma al niño en brazos y bendice a Dios. Sus palabras son toda una muestra de confianza y de lucidez. Le dice a Dios que ya, cuando quiera, entiende que su vida ha llegado a su meta, porque se ha encontrado con el Dios-con-nosotros. Y a la vez que dice eso, anuncia ese futuro nuevo: ha llegado la “luz para alumbrar a las naciones”… y orienta a María con unas palabras que quieren fortalecerla para lo que pueda venir.
Simeón personifica la historia de Israel. Con todas sus historias, ahí está un pequeño resto manteniendo la confianza en el futuro nuevo que Dios les había prometido.
Simeón personifica la historia de cualquier persona. En búsqueda, con posibilidad de acoger al Dios-con-nosotros y de anunciar la novedad de su Reino.
Necesitamos más ancianos como Simeón. También jóvenes y personas de mediana edad. Que desde la experiencia de una vida vivida en confianza, no busquen aferrarse a nada, sino transmitir esa confianza a los que vienen por detrás. Tú también puedes ser Simeón.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
-Lo que les escribo no es un mandamiento nuevo... y sin embargo es «nuevo» en Jesús y en ustedes.
Quien declara estar en la luz, mientras odia a su hermano no ha salido de las tinieblas. Esa es la razón principal por la que se está "en la noche"... Es el principal obstáculos a la luz... es nuestra dificultad para encontrar a Dios... Todo ello viene sobre todo de nuestra falta de amor fraterno. Pretendemos encontrar a Dios, quisiéramos la "luz"... pero mantenemos en nosotros el odio y la falta de amor. Es lo más contrario a Dios, porque ¡Dios es amor! El que ama a su hermano permanece en la luz.
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Oh Dios, Padre de la luz: El anciano Simeón reconoció a tu Hijo como la luz que debería iluminar a todos. Danos a nosotros también la gracia de saber reconocer a Jesús, cuando venga a nosotros en forma humilde, en la persona y forma de niños, de ancianos o de pequeños y pobres. Que sepamos recibirle también como luz, no sólo sobre nuestras vidas personales, sino también como aurora luminosa para todas las naciones, pues tú eres el Padre de todos y Jesús nos pertenece a todos como nuestro Señor y Salvador, por los siglos de los siglos. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: La Palabra de hoy nos habla de amor, de luz y de hijos. En lo que se refiere a los hijos hay mucha gente que se enreda con esto de las preferencias de padres hacia algunos hijos. Esto crea resentimientos en toda la familia e incluso sufre el “hijo preferido”. “Hijo preferido”
Cierta vez preguntaron a una madre cuál era su hijo preferido, aquel que ella mas amaba. Y ella, dejando entrever una sonrisa, respondió:
“Nada es más voluble que un corazón de madre. Y, como madre, le respondo: el hijo predilecto, aquel a quien me dedico de cuerpo y alma...
Es mi hijo enfermo, hasta que sane.
El que partió, hasta que vuelva.
El que está cansado, hasta que descanse.
El que está con hambre, hasta que se alimente.
El que está con sed, hasta que beba.
El que está estudiando, hasta que aprenda.
El que está desnudo, hasta que se vista.
El que no trabaja, hasta que se emplee.
El que se enamora, hasta que se case.
El que se casa, hasta que conviva.
El que es padre, hasta que los críe.
El que prometió, hasta que cumpla.
El que debe, hasta que pague.
El que llora, hasta que calle.
Y ya con el semblante bien distante de aquella sonrisa, completó: El que ya me dejó... hasta que lo reencuentre...”
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