Lectio Divina miércoles 10 de noviembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo –C- Lecturas: Tito 3,1-7; Salmo 22; Lucas 17,11-19
Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en altavoz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en altavoz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
En el Evangelio de hoy, Lucas cuenta como Jesús cura a diez leprosos, pero uno sólo le agradece. ¡Y era un samaritano! La gratitud es otro tema muy propio de Lucas: vivir con gratitud y alabar a Dios por todo aquello que recibimos de él. Por esto, Lucas habla muchas veces de que la gente quedaba admirada y alababa a Dios por las cosas que Jesús hacía (Lc 2,28.38; 5,25.26; 7,16; 13,13; 17,15.18; 18,43; 19,37; etc.). El evangelio de Lucas contiene varios cánticos e himnos que expresan esta experiencia de gratitud y de reconocimiento (Lc 1,46-55; 1,68-79; 2,29-32).
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
El que recibe el don de Dios debe ser agradecido. Para ilustrar esta actitud del creyente, Lucas (sólo él tiene este relato) cuenta la curación de diez leprosos que piden la misericordia de Jesús. Es curioso ver cómo la enfermedad de estos hombres ha unido lo que la vida normal separaba. Jamás los judíos trataban a los samaritanos. La ley de Israel mandaba que los leprosos vivieran separados, por ejemplo Levítico 13,45 46 dice: “El que tenga llagas de lepra, deberá llevar rasgada la ropa y descubierta la cabeza, y con la cara semicubierta gritará: ‘¡Impuro!, ¡Impuro!’ 46Y mientras tenga las llagas será considerado hombre impuro; tendrá que vivir solo y fuera del campamento”
Y el día en que estuvieran curados tenían que presentarse ante un sacerdote para que éste comprobara su curación y les permitiera reintegrarse a la vida normal (Lv 14), El Señor se dirigió a Moisés y le dijo: “Estas son las instrucciones para la purificación de un enfermo de lepra: El enfermo será llevado ante el sacerdote, el cual saldrá fuera del campamento para examinarlo”, pudiendo a partir de entonces participar en las celebraciones del culto. Por eso, este milagro de Jesús no significa sólo una curación física, sino una restauración en la vida social de su pueblo. Sin embargo, y este es el centro de interés del relato, sólo un extranjero tuvo bastante fe para reconocer la bondad de Dios que actuaba en Jesús. Como el samaritano compasivo es un ejemplo de la caridad efectiva para el cristiano (Lc 10 30-37), así también éste lo es por su actitud de gratitud. El elogio del samaritano se convierte en un reproche para los hijos de Israel (Lc 4 27 “También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero no fue sanado ninguno de ellos, sino Naamán, que era de Siria.”)
Además de mostrarnos la gratitud del hombre ante los dones de Dios, el relato nos indica lo que es la fe de la que habían hablado los discípulos (Lc 17 5: “Los apóstoles pidieron al Señor: Danos más fe. El Señor les contestó: Si ustedes tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a este árbol: ‘Arráncate de aquí y plántate en el mar’, y les haría caso.”). Es la respuesta confiada del hombre ante la gracia de Dios, que siempre nos precede. El camino de la salvación está, pues, abierto a todos, incluso a los excluidos de Israel. Sólo la fe en Jesús resucitado es la que salva.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
· ¿Qué tipo de oración haces?
· ¿Tu gratitud de dónde nace, de la deuda, del don, del reconocimiento?
· ¿Tienes conciencia de lo que debes, de lo que recibes?
· ¿Te abres a la sorpresa, a la alegría, a la alabanza a celebrar los prodigios de Dios’
· ¿Qué acontecimientos ocurren en los caminos que haces?
· ¿Sos agradecido con las personas que hacen camino contigo?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios? Con el salmo 97
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad: tañedla cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor. Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy? Reflexiona
No se dice, no es noticia. En el mundo, hay unos quince millones de leprosos, prácticamente abandonados. Pareciera que, siendo una dolencia erradicable, se espera les llegue la muerte cuanto antes; y es que es preciso y urgente, que los pueblos desarrollados tengan la voluntad de extirparla. Los leprosos, recluidos en su reducto, lejos de la sociedad, van perdiendo a trozos su cuerpo, como macabro desguace, convertidos en cementerios vivos. La sociedad en general ni siquiera está enterada de este drama.
Cada año aparecen en el mundo unos 600.000 casos de lepra en las zonas más pobres: La India, Indonesia, Nigeria, Brasil. En España, hay unos dos mil leprosos; en el sanatorio alicantino de Fontiles, se cuentan unos trescientos. La mayoría de los afectados españoles están en zonas chabolistas de la Andalucía Oriental, sobre todo en la provincia de Jaén.
La lepra es la enfermedad, entre las infecciosas, menos contagiosa. El 95% de la población europea es inmune al bacilo de Hansen, y el otro 5%, para llegar al contagio, tendría que llevar un contacto íntimo con leprosos, y, además, vivir en condiciones de promiscuidad, falta de higiene y hacinamiento.
El SIDA es, se puede decir, la lepra de nuestros días, más que una enfermedad, es una muerte física, personal y social. La sociedad sitúa en el límite, a estos pacientes, porque el SIDA produce miedo, temor al contagio, como enfermos infectos, semejantes a los leprosos de la antigüedad, señalizados, apartados de la vida común, anunciadores a gritos de su propia repulsa. El SIDA es la enfermedad de los pobres. De los 23 millones de personas que la padecen, el 94% vive en el mundo subdesarrollado. Es una enfermedad debida a una conducta reprochable y reprobada la sociedad. El enfermo es un desprestigiado, produce un doble rechazo, por la enfermedad y por el origen de la misma; se ve rechazado por casi todos, a veces hasta por sus familiares más cercanos, suele morir en el abandono (Sal 22,2: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, ¿por qué no vienes a salvarme?, ¿por qué no atiendes a mis lamentos?”)
El enfermo, toda enfermedad grave, que conduce a la muerte, evoca la epifanía de la cruz de Jesucristo, que murió en el desprestigio, en deshonor, fue un desechado; atrapado y llevado a una muerte humillante y vergonzosa, la más horrenda que podía infligirse a los condenados.
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