“Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena” Marcos 16,9
A principios de este siglo, en un pueblo de un valle de Francia vivía un cristiano piadoso. Tenía un activo comercio de artículos de toda clase. Deseoso de santificar el domingo, no abría su tienda ese día. Por tal motivo era objeto de burlas y jóvenes de la localidad decidieron hacerle una broma.
Un domingo a la maña golpearon a su puerta y, con aire preocupado le dijeron:-Señor, acaba de ocurrir un accidente…necesitaríamos algodón, gasa…el comerciante se apresuró a abrir su negocio y les entregó una amplia provisión de lo pedido.
-Muchas gracias- le dijeron los muchachos.- ¿cuánto le debemos? –Nada, amigos míos. El domingo no vendo, ¡doy!-respondió el creyente.
Los jóvenes se retiraron confundidos, sin decir palabra. Entendieron la lección. El domingo es el día en que el Señor Jesús resucitó. Ese día, él se presentó en medio de sus temerosos discípulos, reunidos con las puertas cerradas, y les dijo: “La paz a vosotros”. Uno de ellos, Tomás, estaba ausente. Jesús volvió el domingo siguiente, para él muy particularmente, y le dijo: “… No seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20,27)
En este día, “el primer día de la semana”, los primeros cristianos se reunían para celebrar la Cena en Memoria de Jesús (Hechos 20,7). En el primer capitulo del Apocalipsis, versículo 10, ese día se llama “EL DÍA DEL SEÑOR”; es el sentido mismo de nuestro vocablo domingo. ¿No deseamos ponerlo aparte para pensar mejor en nuestro Salvador y adorarlo y bendecirlo:
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