martes, 23 de noviembre de 2010

Lectio Divina. Lunes 22 de noviembre.

Lectio Divina lunes 22  de noviembre  2010, Tiempo Ordinario, Ciclo –C-
Lecturas: Apocalipsis 14, 1-3.4b-5; Sal 23; Lucas 21,1-4



Alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: -«Sepan que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

VEAMOS NUESTRA REALIDAD.  El dinero, junto con el consumismo que en él se fundamenta, ha venido a constituir para muchos el reemplazo de la auténtica religión. Desde siempre, y hoy más que nunca, se rinde culto al dios dinero con verdadero ritual de sacrificio al ídolo tirano. Todo se le sacrifica en su altar: trabajo y salud, principios morales, familia y amistad; todo, con tal de triunfar, tener apariencia social, poder de consumo, diversión y goce de la vida.

2.  MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Jesús descubre la profundidad del gesto sencillo de esta viuda pobre, que da todo lo que tiene y se pone en manos de Dios. Su desprendimiento contrasta con la actitud de los fariseos en Lucas 220, 47: “Estos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso”. Una sociedad de consumo en un mundo que adora el mito del progreso ilimitado viene, desgraciadamente, a dar cauce legal y favo­recer la tendencia que todos llevamos dentro y transmitimos a niños y jóvenes: tener y gastar. Por eso todo el mundo admira y envidia a los que triunfan, hacen dinero y logran una posición desahogada.

b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy? 
Hace años que Mons. Decourtreau compuso su célebre “letanía” de Lo que Jesús nunca dijo. En relación con el pasaje evangélico de hoy, comenta con encantadora simplicidad: “Jesús no dijo: esa vieja que echa unos céntimos en el cepillo del templo es una supersticiosa. Él dijo que aquella viejecita era formidable y que su generosidad merecía ser imitada”.
Teniendo esto en cuenta, percibimos en la observación y la palabra de Jesús una doble llamada: a la interpretación en positivo y a la generosidad hasta dar la vida. Efectivamente Jesús no hizo consideraciones desde una “religión ilustrada” acerca de si
la anciana actuaba con intención correcta o con alguna deformación pseudorreligiosa; él tuvo ojos sencillos e “inocentes”, dispuestos de entrada a captar lo bueno que hay o puede haber en el corazón humano. No era, evidentemente, de aquellos que, tal vez para aliviar reproches de nuestra propia conciencia, tendemos a empañar el correcto comportamientos de los demás o a buscarle el posible lado oscuro.
La segunda lección no es menos interpeladora. La traducción castellana dice que la mujer echó al cepillo “todo lo que tenía para vivir”; el texto original griego en que nos ha llegado el dicho de Jesús es aún más radical: “ella, desde su menesterosidad, ha echado toda su vida”. Se hace constar que estaba necesitada, que tal vez lo suyo no alcanzaba para ella; pero sintió en sus entrañas el dolor por las carencias de otros y se olvidó de las suyas propias. El texto sugiere que la pobre anciana, al dar lo poco que tenía, expuso su vida.
En cierta ocasión alguien planteó a la beata Teresa de Calcuta la cuestión ética de cuánto tenemos que dar para los necesitados, o hasta dónde hemos de estirar nuestra generosidad y desprendimiento; ella respondió sugiriendo una curiosa medida: “hasta donde duela”.

3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
-Alzando los ojos vio a los que depositaban sus ofrendas en el arca del Tesoro.
Los «ojos» de Jesús. Los contemplo.  Observo lo que hacen sus ojos.  Bajo el peristilo del templo, galería de columnas de mármol que adornaban la fachada, había, ante el vestíbulo de la «Tesorería», trece grandes arcas, cuya cubierta formaba un embudo o buzón de amplia ranura. Un sacerdote de servicio se ocupaba de anotar el valor total de la ofrenda y la «intención» que le comunicaba el donante. Jesús lo está observando.

-Vio a los ricos que depositaban sus donativos.
Vio también a una viuda necesitada que echaba unos cuartos.  Dos «lepta»... dos «cuartos»... Las monedas más pequeñas de entonces. Miro el gesto de los «ricos», como Jesús lo miraba. Miro el gesto de la viuda, también, como Jesús. Abre mis ojos, Señor, que sepa «mirar» mejor y en profundidad. Escucho el ruidito, modesto y humilde, de las dos moneditas al caer en el arcón, en medio de las voluminosas ofrendas ya depositadas.

4.  OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Señor Dios nuestro, Padre generoso: El pueblo sencillo con frecuencia nos avergüenza por su total generosidad y sincera lealtad. Danos, Señor, la gracia de percatarnos de que, como tu Hijo, los verdaderamente pobres de corazón con frecuencia nos muestran quién eres tú: Un Dios que se da a sí mismo. Danos también a nosotros esa clase de lealtad y de amor generoso por medio de Jesucristo nuestro Señor. Amén.

5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy? 
Motivación: En esta vida agitada que llevamos con tantos tranques, problemas y estrés… sería bueno adoptar la actitud de la viuda del evangelio… ¡Allá va todo! Así podríamos dormir tranquilos como el hombre de esta anécdota…“El árbol de los problemas”
El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo.  Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar. Mientras lo llevaba a su casa, se sentó en silencio.  Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia.  Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.

Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación.  Su bronceada cara estaba plena de sonrisas.  Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.

Posteriormente me acompañó hasta el carro.  Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que había visto hacer un rato antes.

"Oh, ese es mi árbol de problemas" contestó.

"Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos.  Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa.  Luego en la mañana los recojo otra vez"

"Lo divertido es" dijo sonriendo, "que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior."

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