Lectio Divina lunes 29 de noviembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo –C- Lecturas: Isaías 2,1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11
ENCIENDAN LAS LUCES, QUE VIENE
Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: - «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.» Jesús le contestó: - «Voy yo a curarlo.» Pero el centurión le replicó: - «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.» Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: - «Les aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.»
VEAMOS NUESTRA REALIDAD. Hoy contemplamos el dolor, la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento de muchos hermanos nuestros. También creemos que la palabra de Jesús es capaz de sanar. ¿Pero, qué sucede con el poder que pueden tener nuestras palabras? ¿Cómo las utilizamos?
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
La fe del centurión es extraordinaria y sorprendente. Representa simbólicamente a los gentiles que un día serán llamados, ya que el reino está abierto a todos, sin ningún privilegio de raza o cultura. Con Cristo la salvación se ha hecho disponible para cualquier persona de buena voluntad.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
La palabra humana tiene una fuerza impresionante. En ocasiones hiere, otras, mata. Unas veces anima, otras vivifica. Hay momentos en que la palabra desconcierta. Desconfiamos de aquellas palabras que nos suenan a falso, a vacío, a bla bla bla. Hoy hablamos de aquellas palabras que nos conmueven, nos llegan a lo más profundo del alma y hasta nos curan, o nos dan la noticia que más nos importa. Este evangelio nos habla de la fuerza curativa de la palabra.
Un militar romano tenía la experiencia del poder de su palabra: lo que decía a sus subordinados, se cumplía. Tenía un servidor que se había caracterizado por una obediencia ejemplar a su palabra. Ese militar también cumplía las palabras que sus jefes le dirigían. Ese militar sale al encuentro de Jesús. Ha quedado muy afectado por los sufrimientos de su servidor y quiere salvarlo. Pero ¡él no puede hacer nada! Su palabra es ya –en este caso- absolutamente impotente. Confía en la palabra de Jesús. Confía en la palabra de Jesús hasta un extremo llamativo: “dí una sola palabra….” No hace falta que vengas.
Jesús quedó admirado de la fe que esta persona tenía en su palabra. Lo puso de ejemplo a todos en Israel. Pero añadió algo importante: es el primero, pero no el único. Habrá muchos que, como él, creerán en el poder de la palabra de Jesús. “Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa”. No nos olvidemos de María que creyó siempre en la Palabra.
Se nos ha definido a los cristianos como aquellos que van a misa, que se confiesan, comulgan. ¡Está bien! Pero, ante todo, se nos debía definir como “aquellos” que creen en la Palabra de Jesús, en la Palabra de Dios. Es precioso ver cómo la iglesia de nuestro tiempo ha crecido en este aspecto. Cada vez se conoce más la Palabra de Dios. La Biblia no es un libro que decora nuestras bibliotecas. Muchas personas la leen como palabra de Vida, como palabra de discernimiento en momentos difíciles.
Pensemos que cuando la Palabra de Dios se pronuncia, esa palabra tiene energía creadora, y sanadora y reconciliadora, como nada en este mundo. Y dijo Dios… y fue hecho. Y dijo Jesús… y se curó.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Conclusión: Jesús quedó admirado
Jesús sabe muy bien la fuerza de la fe. Es aquella que hace posible la fuerza previa de la Palabra , de su Palabra. Se extraña Jesús de encontrar más fe fuera de Israel, que dentro. Hay experiencias humanas que acercan mucho a las divinas. El militar tenía experiencia de la fuerza de su palabra de mando; por eso, cree en la fuerza de las palabras de mando de Jesús contra los malos espíritus y enfermedades. ¿Y nosotros?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Te bendecimos, Padre nuestro, Dios de la promesa Dios de la esperanza, por este tiempo de gracia. Estábamos hundidos en nuestra pequeñez mezquina, pero hoy levantamos los ojos hacia tu aurora. Hoy es día de tu visita, tiempo de tu misericordia. Gracias, Señor, porque nos invitas a la mesa de tu Reino. Haz que te respondamos con fe vigilante y amor despierto, con esperanza gozosa, con disponibilidad plena. Subiremos con alegría a la casa de nuestro Dios, porque tú eres quien da sentido a nuestra vida, fuerza a nuestra flaqueza y juventud a nuestros años. Prepáranos tú mismo para tu gran venida. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: La Iglesia propone un tiempo de Adviento, de Espera… ¿Cómo lo utilizamos? Esperamos la venida de Jesús a este mundo Adviento, tras Adviento, Navidad tras Navidad pero: “Él viene, viene, viene siempre”
Con emoción en el alma y los sentidos abiertos lo expresa el poeta:
· ¿No oíste sus pasos silenciosos? Él viene, viene, viene siempre.
· En cada instante y en cada edad, todos los días y todas las noches, Él viene, viene, viene siempre.
· He cantado muchas canciones y de mil maneras; pero siempre decían sus notas: Él viene, viene, viene siempre.
· En los días fragantes del soleado abril, por la vereda del bosque, Él viene, viene, viene siempre.
· En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio, sobre el carro atronador de las nubes, Él viene, viene, viene siempre.
· De pena en pena mía, son sus pasos los que oprimen mi corazón, y el dorado roce de sus pies es lo que hace brillar mi alegría.
(Con la colaboración del Padre Walter y Manuel Villareal)
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