Lectio Divina martes 22 de febrero 2011, Tiempo Ordinario, Ciclo – A- Lecturas: 1Pedro 5,1-4; Salmo 22; Mateo 16,13-19
PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA
ESPONTANEIDAD, FRANQUEZA, CONFIANZA
1. Hagamos la LECTURA
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»
VEAMOS NUESTRA REALIDAD – Espontaneidad, franqueza, confianza. Tres rasgos que hacen del Simón que se encuentra con Cristo, el Pedro de la fe. Tres actitudes que tienen que acompañar mi proceso de profundización en el descubrimiento-encuentro con el “Hijo de Dios vivo”. Tres cualidades que ayudan a crecer a la Iglesia cimentada en la roca del Apóstol. La confesión de Pedro, espontánea- franca- confiada, construye Iglesia. Y, de buena gana, podemos hacerla crecer con esa misma frescura que viene del Espíritu y que no nos revela nadie de carne y hueso.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
En esta Fiesta, en que celebramos "La Cátedra de san Pedro", Príncipe de los Apóstoles, podemos fijarnos en el ejemplo de fidelidad a Jesucristo que brilla sobremanera en el que fue, antes de ser elegido, un pescador de tantos en Galilea. Quiso que su vida no fuera sino lo que el Hijo de Dios determinara. Y podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que todo el interés de Pedro, a pesar de su carácter fuerte e impetuoso, se centraba de modo exclusivo en Jesús. Era su deseo cumplir en detalle la voluntad de Jesús, que es tanto como decir cumplir la voluntad de Dios.
Pedro pecó. Fue débil en aquel momento y posiblemente en otros muchos que no nos han revelado las Escrituras. Sin embargo, a pesar de sus pecados, volvió al Señor y hoy podemos celebrar su Cátedra: su autoridad, concedida por Jesucristo y asentada en Roma como Pastor universal de la Iglesia. Recordamos con alegría que su arrepentimiento –lloró amargamente, relata San Marcos tras haber negado a Cristo–, era manifestación de su amor a Jesús, más fuerte que cualquiera de sus pecados. El hombre más feliz y perfecto es aquel en quien mejor se cumple la voluntad de nuestro Creador y Señor.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
A la luz del evangelio siempre volvemos a encontrarnos: celebrando a Pedro como apóstol (29 de junio) y celebrando a Pedro como roca (22 de febrero). No son dos perspectivas opuestas, pero sí diferentes. La figura de Pedro da pie para ello.
¿Quién no conoce la historia de Pedro? Debió de ser un hombre decidido, entusiasta, generoso, fiel a su maestro y amigo, desde el día en que lo miró Jesús y le cambió el nombre de Simón por el de Cefas, piedra sobre la que iba a edificar su Iglesia.
Tenía, no obstante, sus debilidades. Es el que puede ir andando sobre las aguas. Pero es el que luego comienza a hundirse. Es el que alardea de que, aunque todos los discípulos negasen a Jesús, él nunca lo haría. Después lo hizo. Negó a Jesús, pero sintió sobre sí la mirada de amor de su maestro y "lloró amargamente". Por eso, más tarde, después de la resurrección, ya no presumirá de amar a Jesús más que sus compañeros. Se limitará a decir esa bella frase con la cual nos sentimos tan identificados: "Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero".
Tras la resurrección de Jesús, el rudo pescador se convierte en un apasionado predicador y padre de nuevas comunidades. El que tiene el poder de atar y desatar, el que tiene también la función de "confirmar a sus hermanos".
Es esencial que los hombres y mujeres de hoy, todo los creyentes, sigamos mirando a ese Pedro que es piedra y que da firmeza, coherencia y serenidad a nuestra fe.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
La liturgia celebra hoy no tanto el hecho de que Pedro fuera obispo de Roma, como en qué consiste su función. En respuesta a la profesión de fe de Pedro, Jesús le llama Pedro, “Roca”, sobre la que la Iglesia habrá de edificarse. Como Pedro mismo sabía muy bien, el pastor es el modelo de su grey, dedicado al servicio del pueblo de Dios.
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Oh Dios Todopoderoso: Tú nos has dado el testimonio de los apóstoles como la roca firme en la que podemos confiar. Donde está Pedro, allí está la Iglesia. Pero vemos hoy que la barca de Pedro está convulsionada; somos con frecuencia como niños caprichosos no acostumbrados a nuestra libertad reencontrada. Haz, Señor, que empleemos esta libertad con responsabilidad y no permitas que perdamos nuestra compostura. Danos la seguridad de que tú estás siempre con nosotros y guárdanos optimistas con respecto al porvenir, ya que es tu futuro y tú eres nuestra roca, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: ¿Quién decimos nosotros que es Cristo? Con Pedro profesamos que él es el Cristo, el Ungido, el Hijo de Dios vivo. “A TI TE ENTREGO LAS LLAVES”
A ti te entrego las llaves: en tus manos pongo la creación entera, también mi Reino, mis ilusiones y mi confianza y palabra de Padre. Te hago portero de esperanzas y proyectos para que te sientas libre y responsable.
Llaves para abrir las puertas cerradas, los corazones duros e insolidarios y todos los secretos fabricados. Llaves para repartir los bienes de la tierra, todo lo que puse y produce, sin que te sientas ladrón de haciendas.
Llaves para mostrar todos los tesoros de arcas, baúles y bibliotecas, y poder sacar las cosas buenas. Llaves para dar a conocer los misterios de la ciencia y desenredar conciencias.
Llaves para abrir lo que otros cierran -Iglesias, fronteras, fábricas, bancos—, quizá tu casa, tu patio, tu cuenta. Llaves para entrar en cárceles, quitar trabas, soltar cadenas, anular grilletes, conocer mazmorras.
Llaves para perdonar barbaridades, quitar miedos y culpabilidades y andar con la espalda bien alta. Llaves para que nadie encuentre las puertas de su camino cerradas, aunque sea de noche.
Llaves para desatar leyes, normas, mandatos y edictos de gobernadores, representantes y falsos dioses. Llaves para liberar a los que sienten que tienen las puertas cerradas y la vida hecha y planificada.
Llaves para que los insensatos no pierdan el tiempo quejándose, y puedan entrar aunque lleguen tarde. Llaves para que siempre puedas, a quien llega a tiempo o deshora, enseñar tus entrañas, tus rincones.
Llaves para abrir heridas -en el cuerpo, en el alma, en las estructuras- y así poder curarlas. Llaves para cuidar y mostrar la buena noticia, mi casa, mis tesoros de Padre y Madre.
A ti te entrego las llaves; pero mira los rostros setenta veces siete antes de creerte juez, clérigo o jefe.
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