Lectio Divina Domingo 06 de febrero 2011, Tiempo Ordinario, Ciclo – A- Lecturas: Isaías 58,7-10; Salmo 111; 1Cor 2,1-5; Mateo 5,13-16
PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA
1. Hagamos la LECTURA
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Usando imágenes de la vida cotidiana, con palabras sencillas y directas, Jesús hace saber cuál es la misión y la razón de ser de la Comunidad: ¡ser sal! En aquel tiempo, con el caldo que se hacía, la gente y los animales tenían necesidad de tomar mucha sal. La sal se expendía por los vendedores en grandes bloques y estos bloques se colocaban en la plaza para poder ser consumados por la gente. La sal que quedaba caía a tierra, no servía ya para nada y era pisado por todos. Jesús evoca este uso para aclarar a los discípulos la misión que deben realizar. Sin sal no se podía vivir, pero lo que restaba de la sal no servía para nada.
En cuanto a la parábola de la luz. La comparación es obvia. Nadie enciende un candelabro para colocarlo bajo un celemín. Una ciudad puesta en lo alto de un monte no consigue permanecer oculta. La comunidad debe ser luz, debe iluminar. No debe tener miedo de mostrar el bien que hace. No lo hace para ser vista, pero lo que hace, puede y debe ser visto. La sal no existe para sí. La luz no existe para sí. Así debe ser una comunidad: no puede encerrase en sí misma.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
La luz no sólo ilumina, sobre todo orienta. En lo que se afirma en el v. 13 (“ustedes son la sal de la tierra…”) la fuerza está precisamente en que la sal no es para sí, sino para ser condimento de la comida, podríamos convencernos de que una persona o comunidad sólo puede ser punto de referencia orientadora si no vive para sí, si va más allá de sí misma. Ahora bien, al colocar el evangelista el texto de la sal y de la luz (5, 13-16) inmediatamente después de las bienaventuranzas, precisa el modo principal de ser referencia. Desde esta perspectiva la comunidad eclesial y cada discípulo de Jesús crece en su capacidad de orientar en la medida en que encarna las bienaventuranzas, entendidas éstas no como un programa individual para sentirse bien, sino como el proyecto de vida que evidencia la gran verdad de todo el evangelio: que la única manera de hacer presente en la historia que Dios es Padre es construyendo entre nosotros, sus hijos, la fraternidad (cf. 5,16; 6,7-15).
El evangelio garantiza algo muy alentador: una vez que el testimonio es sólido nadie lo puede derrumbar; ni siquiera quien lo da puede ocultarlo (“No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte”, v. 14). Por el contrario el exhibicionismo, esa actitud errónea de hacer las cosas para ser vistos o para parecer buenos (6,1-18) acaba teniendo su propio alcance: la caducidad inmediata y la autosatisfacción absurda. Más aún, el evangelio de Mateo deja claro que ni la persecución y la muerte del enviado acaban con el testimonio (10,28-31).
A la esperanza alentadora de que la luz no puede ser apagada el evangelio agrega una responsabilidad: “Tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo de un recipiente” (v. 15). A primera vista podríamos pensar que el testimonio es para mostrarlo; es decir, que la finalidad del testimonio es que sea visto. Sin embargo caeríamos en una trampa que Jesús señala con mucha claridad: “Todas sus obras (los escribas y fariseos) las hacen para ser vistos por los hombres” (23, 5). Pero el testimonio sólo es auténtico si alumbra, es decir, si orienta “a todos los de la casa” (v. 16). Podríamos decir entonces que la finalidad inmediata y más importante del comportamiento del discípulo misionero está en la edificación de la comunidad humana, en que realmente sirva para que otros construyan una auténtica comunidad de hermanos.
El protagonismo del testimonio lo tiene el actuar de la persona y el reconocimiento del Padre: “para que vean sus buenas obras y alaben a su Padre que está en los cielos” (v. 16). Una vez que el evangelio ha señalado el modo de testimoniar aclara la finalidad. Pero las buenas obras no refieren cualquier comportamiento; son la práctica de las bienaventuranzas y, quizás en sentido amplio, todo el sermón del monte (5,1-7,27). Es importante el que actúa pero sobre todo sus obras; las obras buenas van más allá de quien las hace. Sólo cuando el protagonismo es el comportamiento coherente y no el sujeto se puede hablar de un auténtico alcance misionero del testimonio. Pero la simple constatación del testimonio expresado en las buenas obras no es suficiente; se hace necesario que el comportamiento conduzca a dar gloria al Padre, que con mucha seguridad consiste en construir la urgente e irrenunciable tarea de la fraternidad (6,7-15).
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿En qué nos ha hecho reflexionar este evangelio con relación al testimonio cristiano?
2. De acuerdo al texto del evangelio de Mateo que hemos leído y reflexionado ¿qué no le debe faltar a nuestros comportamientos para que realmente sean testimonio?
3. ¿En qué nos ha alentado este evangelio al darnos la seguridad de que cuando el testimonio es sólido nadie lo puede derrumbar, ni siquiera la muerte?
4. Según el evangelio de Mateo ¿es adecuado el exhibicionismo, es decir, hacer las cosas sólo para ser vistos o aparecer como gente buena?
5. ¿Qué es más importante: hacer el bien o que sepan quién lo hizo? Meditemos un momento.
6. ¿En qué más me ha hecho reflexionar este evangelio?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
1. Agradezcamos a Dios el testimonio verdadero de muchas personas que han ido apareciendo a lo largo de nuestra vida (papás, hermanos, vecinos, sacerdotes, obispos, religiosas, religiosos, compañeros de trabajo, familiares…).
2. Pidámosle perdón por las ocasiones en que hemos hecho algo sólo con la intención de que nos reconozcan y consideren como gente buena.
3. Agradezcámosle que el auténtico testimonio permanezca, aún después de la muerte de las personas.
4. Roguémosle que nos perdone cuando hemos actuado sólo si vamos a ser reconocidos o si vamos a poder ver los resultados.
5. Hagamos, en un ambiente de oración, una pequeña lista de lo que no le debería faltar a nuestro comportamiento para que realmente sea un testimonio cristiano.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: Analicemos la raíz de los principales problemas de nuestra parroquia, grupo o movimiento, familia, lugar de trabajo ¿Qué tipo de testimonio es urgente de parte nuestra?
· ¿Qué defectos o complejos tendríamos que superar para no ser exhibicionistas con nuestro comportamiento?
· Recordemos algún comportamiento testimonial de alguien que, aunque ya murió, sigue sirviéndonos de luz en nuestro caminar. Hagamos el propósito de no olvidarlo.
· ¿Qué defectos o complejos tendríamos que superar para no actuar sólo para ser vistos?
· ¿Qué deberíamos modificar en nuestra manera de pensar o de actuar para que nuestra principal preocupación no sea actuar para ser reconocidos sino sencillamente edificar la comunidad?
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