Lectio Divina viernes 17 de septiembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo –C- Lecturas: 1Corintios 15,12-20; Salmo 16; Lucas 8, 1-3
Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena , de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
VEAMOS NUESTRA REALIDAD – Cuando a veces vemos algunas propagandas o concursos por la televisión, nos da pena ver cómo se explota a la mujer (o la mujer se deja explotar) destacando de ellas sólo su cuerpo como objeto sexual. No se han dado cuenta de la profunda dignidad que tiene la mujer en la historia y las inmensas cualidades que pueden promocionarse. Hoy nos preguntamos por el lugar de las mujeres en la comunidad cristiana. Si con Jesús tuvieron un lugar entre los discípulos junto a los apóstoles, cabe preguntarnos si hoy conservan ese mismo lugar.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
• Lucas 8,1: Jesús anda por todas partes, por los poblados y ciudades de Galilea, anunciando la Buena Nueva de Dios y los doce están con él. La expresión “seguir a Jesús” indica la condición del discípulo que sigue al Maestro, veinte y cuatro horas por día.
• Lucas 8,2-3: Lo sorprendente es que, al lado de los hombres, hay también mujeres “junto a Jesús”. Lucas coloca a los discípulos y a las discípulas en pie de igualdad, pues ambos siguen a Jesús.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
El evangelio de hoy está lleno de mujeres. No, no vamos a hablar del sacerdocio femenino. Pero es saludable contemplar a Jesús rodeado de mujeres: algunas a las que había curado y “otras muchas” que le ayudaban.
Es cierto que por el evangelio desfilan muchas mujeres. Ana, la profetisa; la viuda de Caín, que recibe consuelo de Jesús: “Mujer, no llores”; la hemorroísa, llena de fe y tenacidad; la mujer del pueblo, que lanzó vivas al seno y a los pechos de la madre de Jesús; la samaritana, extranjera y pecadora; la viuda, que, en su monedita, entrega todo; Marta y María, tan amigas y hospitalarias; la mujer adúltera que recibe un mensaje recreador: “Yo no te condeno”. Y, por supuesto, las mujeres, valientes en el Calvario y apóstoles en la Resurrección.
No era fácil, entonces, esta relación con las mujeres. Una mujer estaba siempre subordinada al varón. Sus votos eran nulos si iban contra la voluntad del marido o del padre. Si hay un hijo, no heredará la mujer o hija del difunto. Estaban lejos del culto y la sinagoga: “Prefiero echar la ley a las llamas que enseñársela a una mujer”, clama un rabino extremista.
Dar los bienes, entregar la persona
Un grupo de mujeres sigue a Jesús. Antes han sido liberadas, sanadas, perdonadas. Y ellas corresponden, se van con él, y hasta le entregan sus bienes. Dios no pide obras para amar a los hombres, pero el amor de Dios aceptado siempre genera cosas buenas.
Jesús coloca a estas mujeres en la comunidad de los apóstoles. Con Jesús y los discípulos, se tornan misioneras: van caminando, van predicando el Reino de Dios. Dos notas se subrayan: van en comunidad y viven de la limosna. Ligeros de equipaje y con mucha confianza.
Más tarde, lo dirá explícitamente San Pablo: “Ya no hay distinción de judío ni griego, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo”.
La mujer en el Iglesia
La mujer es siempre símbolo de vida, su oficio es engendrar vida. Ordinariamente, vida humana. Y, aunque no sea madre biológicamente, los dones que Dios ha puesto en ella la constituyen sembradora de vida a su alrededor. “Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión el amor a las fuentes de la vida. Reconciliad a los hombres con la vida” (Vat. II).
Este don nos ha de impulsar a agradecérselo al Creador. Algunos hablan de la necesidad de “feminizar” la historia de los hombres. Es decir, hacerla más vital, llenarla de ternura, colmarla de amor y misericordia.
Y la mejor manera de agradecer a Dios este don es hacerlo fructificar. La mujer ha de ser más reconocida en la Iglesia , hay que ofrecerle ámbitos más amplios de actuación, situaciones donde tomar decisiones importantes para la Iglesia. No basta con responder con los tópicos de siempre: Si la Virgen es la criatura más excelsa, ¿qué mayor reconocimiento de la mujer? O aquel que dice: “En la Iglesia no importa el poder sino el amor y el servicio”. Pues claro, pero esto también sirve para el varón. Y así podríamos seguir. Si las mujeres están hasta en círculos que siempre se creían exclusivos del varón, como la milicia, ¿cómo no creer en ella dentro de la Iglesia , Pueblo de Dios, Pueblo de iguales hijos de Dios?
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
-Jesús iba caminando por pueblos y aldeas, proclamando la "Buena" Noticia.
Es preciso, de vez en cuando, volver a meditar, sobre ese tema. "evangelio"... ¿"euaggelion", en griego? "buena noticia" en castellano. Así, ¡lo que Jesús proclama es algo bueno! Un predicador no debería jamás hablar sobre una cuestión de Fe, sin haber experimentado antes, en el fondo de su ser ¡de qué manera el "sujeto que se propone tratar" es algo "bueno" para el hombre! ¡EI Reino de Dios es una buena noticia! Un cristiano no debería jamás hablar de su Fe a incrédulos o indiferentes sin haber valorado antes ¡cuán "buena" es para él esa Fe! De otro modo ¿cómo podría "proclamarla"?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Gracias, Señor, porque, desafiando la mentalidad de tu tiempo, sacaste a la mujer de la tumba de la deshumanización, restableciendo su valor como persona humana. Gracias, Señor, porque, superando todos los prejuicios y los abusos de la cultura en la que viviste liberaste a la mujer de la tumba de la subordinación valorando su presencia y su servicio responsable. Gracias, Señor, porque, implicando a la mujer como ayudante en tu ministerio público, la levantaste de la tumba de la discriminación, previendo su actual papel profético en el campo social, profesional, político y eclesial. Gracias, Señor, por todas esas mujeres que, siguiendo tu ejemplo, han colaborado en la obra de la redención, restituyéndole a la mujer el puesto que le había dado Dios.
PARA ACTUAR – Y como este evangelio va dedicado a las mujeres les damos aquí unos excelentes consejos de belleza: “Como embellecer tu alma”
El limpiador de tu alma es el perdón. Deberás usarlo todo el tiempo apenas veas una impureza, aplícalo. No te acuestes nunca sin haber pedido perdón y sin haber perdonado. El resultado será que en paz te acostarás y asimismo dormirás y tu sueño te sustentará.
La hidratante de tu alma es la oración. Si no hidratas la piel de tu rostro, se marchita. Así, si no oras, tu alma se reseca. Pero a medida que confías en Dios, el afán y la ansiedad desaparecen, y aprendes a reposar y esperar en el Señor.
El tonificante de tu alma es la alabanza. Cuando alabas y das gracias a Dios y vuelves a El tus pensamientos, cuando te olvidas de ti mismo, sin egoísmo en tu corazón, quedas libre para que Dios ponga en ti su gozo.
La nutritiva de tu alma es la Palabra. Así como en lo físico no puedes vivir sin alimentos, tu alma necesita el alimento de la Palabra de Dios.
Cuando te alimentas con la Palabra , la debilidad y la confusión desaparecen.
El protector de tu alma es la coraza de la fe. Con la fe te protegerás de las inclemencias de la vida, mirarás por encima de las circunstancias y pasarás victoriosa.
Si usas a diario estos productos de belleza, tu alma se mantendrá limpia y tu corazón será puro. Te saciarás de bien, de modo que te rejuvenezcas como el águila.
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