Lectio Divina lunes 13 de septiembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo –C- Lecturas: 1Corintios 11,17-26.33; Salmo 39; Lucas 7, 1-10
Cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaum. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: "Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga". Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace". Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía dijo: "Les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Los hombres de hoy se preguntan si existe todavía una palabra del Señor que transforme algo. ¿Necesitaremos pedir milagros? ¿Necesitaremos recitar ante el Señor la lista de nuestras incontables y urgentes necesidades? Hoy volveremos a pedir su palabra. Ella nos basta. Es suficientísima. Su voz nos curará del egoísmo y nos dará valentía, porque no dispensa jamás del riesgo de la búsqueda y de la decisión.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
A cualquiera de nosotros que hubiera estado en el lugar del centurión nos habría gustado contar con la presencia física de Jesús tocando al enfermo. Al romano le sale sobrando el contacto físico, pues la confianza de su fe suple con creces la distancia. El ha firmado un cheque en blanco: Señor, dilo de palabra, y basta. Es la fe del “más difícil todavía”. ¡Qué diferencia con nuestra obsesión de seguridad!
Ante tal ejemplo fuera de serie, uno está tentado a exclamar: ¡Si yo tuviera esa fe! ¿Por qué no alcanzamos ese nivel nosotros, que conocemos mucho mejor que el soldado romano el amor y el poder de Dios? Que cada uno se responda. Pero podemos apuntar a una razón, entre otras: debido a nuestra psicosis de seguridad. Es un hecho la obsesión de garantías que persigue al hombre actual. Se exige y se ofrece seguridad para todo: enfermedad, accidentes, invalidez, jubilación, desempleo, casa, automóvil, viajes, etc. Es fabulosa la suma de dinero invertida en seguridad.
Traspasando el problema al plano religioso, también aquí buscamos seguridades y garantías. La mejor y más completa es la que nos da la palabra misma de Dios, pero sólo si firmamos previamente una póliza en blanco, es decir, solamente si tenemos fe. Porque “la fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve” (Hebreos 11, 1).
“Señor, no soy yo quién para que entres bajo mi techo”. El presupuesto primero para la fe es la humildad; así sabremos andar en verdad y ocupar el puesto que nos corresponde como criaturas limitadas, aunque también como hijos de Dios, queridos por él a pesar de nuestra pequeñez.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de "los nuestros", ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable. Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de personas como ésas, que "ni en Israel he encontrado tanta fe". La Iglesia , en el Concilio Vaticano, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos, los creyentes no cristianos y también los no creyentes. ¿Hemos asimilado nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos? ¿o estamos encerrados en alguna clase de racismo o nacionalismo, por razón de lengua, edad, sexo o religión? ¿somos como los fariseos, que se creían ellos justos y a los demás los miraban como pecadores?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Ante tu misterio insondable, reconocemos, Señor, que no podríamos siquiera decir tu nombre de Padre si tu Hijo Jesucristo no nos lo hubiera revelado. No somos dignos de acercarnos a ti y recibirte; pero basta que pronuncies esa palabra que puede curarnos. Así podremos sentarnos a la mesa de tu Reino y servirte y vivir según tu ley de amor. Que la fe, la humildad y el amor fraterno hagan de nuestra comunidad un hogar de acogida y un oasis de esperanza para todos. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: Dosis de humildad… nos falta a muchos…Por eso también nos falta la fe, y andamos con miedos y buscando seguridades y garantías que la mayoría de las veces nos defraudan… Por eso digamos: “Yo no soy quien
He oído hablar de Ti, Señor, y ando tras tus pasos hace tiempo porque me seducen tus caminos; pero yo no soy quién para que entres en mi casa.
Te admiro en secreto, te escucho a distancia, te creo como a nadie he creído; pero yo no soy quién para que entres en mi casa.
Ya sé que no hay castas ni clases, que todos somos hermanos a pesar de la cultura, de la etnia y el talle; pero yo no soy quién para que entres en mi casa.
Sé que lo puedes hacer, pues tu poder es más grande que mi querer. Sabes que anhelo abrazarte y conocerte; pero yo no soy quién para que entres en mi casa.
Agradezco que vengas a verme, que quieras compartir mi techo, costumbres, esperanzas y preocupaciones; pero yo no soy quién para que entres en mi casa.
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