jueves, 23 de septiembre de 2010

Lectio Divina. Jueves 23 de Setiembre.

Lectio Divina jueves 23 de septiembre 2010, Tiempo Ordinario, Ciclo –C- Lecturas: Eclesiastés 1, 2-11; Salmo 89; Lucas 9,7-9



Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento. Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde allí vuelven a caminar. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol. Si de algo se dice:«Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.

2.  MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?  
Veamos: Entre los "Libros Sapienciales", el Eclesiastés, Cohelet, en hebreo, es célebre hoy porque expresa en un lenguaje sumamente práctico algunos de los sentimientos humanos más corrientes de nuestra época moderna: el desencanto... el aburrimiento... el peso de la condición humana... la aparente absurdidad de la vida y de la muerte... Este sabio es el portavoz de quienes por no tener ante la vista la plenitud de la revelación, desesperan del mundo y de la vida o esperan que algún día se manifieste su verdadera significación.

b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy? 

-¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?
En efecto, si buscamos solamente «bajo el sol», es decir, «en este mundo», el sentido de la existencia humana... encontramos ¡que no tiene sentido! Si sólo disponemos de la luz del sol para descubrir el valor de la vida... sacaremos la conclusión de que no hay nada que valga la pena de ser vivido.

Si el hombre no tiene más que al hombre para iluminar lo que él es y adónde va, todo es monótono y gris;...nada tiene «interés»! La insatisfacción terrestre causa un «vacío» que sólo podrá colmar la revelación de Dios.

Mientras se mantiene la ilusión de que la vida «bajo el sol» podría aportar una felicidad sin mezcla, se corre el riesgo de quedarse a ras del suelo.

La angustia acompaña ese diagnóstico pesimista del Eclesiastés. ¿Sabemos mirarla de frente en nosotros y en las grandes corrientes contemporáneas... no para complacernos morbosamente en ellos sino para descubrir allí la juntura con ese fin último, con ese sentido final verdadero del hombre que sólo está en Dios? El corazón del hombre está hecho para Dios: ninguna otra cosa podrá satisfacerlo... Es demasiado grande para contentarse con los pequeños solaces parciales de aquí abajo. Sólo Dios puede colmar al hombre.

-Sale el sol y el sol se pone... Sopla el viento y gira al norte... Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena...

Todo es «fastidioso»... Nadie puede decir que se cansa el ojo de ver, ni que el oído esté harto de oír. 

Ese diagnóstico es de un realismo muy lúcido: se tiene la impresión que nada avanza un paso, que todo se repite indefinidamente; y nada es más deprimente para un hombre, para una mujer que esta impresión de inutilidad, de ese estar haciendo algo que no sirve para nada. El carácter «cíclico» de la vida nos da precisamente esta sensación de estar «encerrados en un círculo», dando siempre vueltas en él.

¿Quién romperá ese círculo? ¿Tiene el hombre una «salida»?
El autor sabe por experiencia que la salida no se halla en la saciedad carnal: nuestros ojos y nuestros oídos y todos nuestros sentidos no están nunca saciados... el deseo renace.

Es una perspectiva que no parece precisamente alentadora: "¿qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?".

Pero es un escepticismo que nos puede resultar sano. ¿Para qué nos afanamos tanto y andamos con tantas preocupaciones por la vida, víctimas del estrés? ¿vale la pena? ¿no estaremos perdiendo el humor y la serenidad, y por tanto, calidad de vida y de fraternidad y de acción misionera? Jesús nos enseñó a no angustiarnos por las pequeñeces de la vida: y nos puso el ejemplo de los pájaros y los lirios, invitándonos a un poco más de confianza en Dios y un poco menos de angustia.

Si trabajáramos con un poco más de serenidad, todo seguiría su curso igual y no habríamos perdido la paz. Y no tendríamos los desengaños que nos pasan por buscar la felicidad donde no está.

3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad!  
Nada puede «satisfacer» totalmente al hombre: ni el placer, ni la riqueza, ni el trabajo, garantizan al hombre su felicidad. El autor de estas palabras decepcionantes, vivía hacia el siglo III a. de J.C. en una época de brillante civilización: el Helenismo, en que, muchos de sus contemporáneos se lanzaban ávidamente a la facilidad, al confort, incluso al lujo de la civilización griega. Todo es «vano»... vacío... hueco... insatisfactorio. Cuidado que muchos de nosotros andamos como la gente de la época del sabio que escribió esto.

4.  OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios? con el Salmo 89
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación
Tú reduces el hombre a polvo,  diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»  Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;  una vela nocturna.  Los siembras año por año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana,  y por la tarde la siegan y se seca.  Enséñanos a calcular nuestros años,  para que adquiramos un corazón sensato.  Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?  Ten compasión de tus siervos.  Por la mañana sácianos de tu misericordia,  y toda nuestra vida será alegría y júbilo.  Baje a nosotros la bondad del Señor  y haga prósperas las obras de nuestras manos.

5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy? 
Motivación: Mucho que pensar nos deja esta lectura de hoy… Podemos empezar por hacer una “Hoguera de vanidades”
Hagamos una hoguera, una gran hoguera con todas nuestras vanidades. Desprendámonos, sin miedo,  aunque nos duela el cuerpo entero,  de todo aquello que se nos ha adherido  o hemos almacenado a lo largo del camino: esos barros que desfiguran nuestro rostro,  esas costras que insensibilizan nuestros sentidos,  esas escamas que ciegan nuestros ojos,  esos pesos que paralizan nuestros pies,  esos vestidos que ridiculizan nuestra figura.

Abramos el baúl de nuestras vanidades  y hagamos una gran hoguera  con lo que crea arritmia a nuestro corazón,  corta las alas a nuestro espíritu,  seca nuestras esperanzas,  encorva nuestras espaldas,  perturba nuestra paz  y es fatuo o vanidoso,  insustancial o quimérico...

Pidamos a Dios que prenda y queme, con su llama,  nuestras vanidades.  Y entremos,  débiles y con jirones,  hasta el corazón de la hoguera.  Él nos acrisolará nuevamente y seremos,  por su querer y palabra,  lo que Él soñó en la primera alborada: clara imagen suya,  tan humana y renovada,  que lo tiene todo con sólo decir "Abbá".

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