Lectio Divina lunes 14 de noviembre 2011, Tiempo Ordinario, Ciclo – A- Lecturas: 1Macabeos 1,10-15.45.41-43.54-57.62-64; Salmo 118; Lucas 18, 35-43
PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA
¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?
1. Hagamos las LECTURAS
Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: -«Pasa Jesús Nazareno.» Entonces gritó: -«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: -«¡Hijo de David, ten compasión de mi!» Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» Él dijo: -«Señor, que vea otra vez.» Jesús le contestó: -«Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
VEAMOS NUESTRA REALIDAD – Muy puntual para nuestra situación de pueblo, la palabra de hoy. Nos dice que un ciego oyó que pasaba gente. Y le dijeron: Pasa Jesús Nazareno. Ahí está. A nuestro alrededor está pasando gente y entre esa gente está pasando Jesús. Pero nosotros obviamos al principal: a Jesús, y nos quedamos con el barullo de la gente. Nos dicen que el ciego gritó, que la gente lo regañaba y que él gritaba más fuerte. Ahí está. Nosotros no gritamos: nos hemos quedado sin voz, sin vista, sin oír. A lo mejor nos conviene. Así nos evitamos problemas. Pero los problemas siguen y se agrandan y nos van a alcanzar pronto. Nos dicen que Jesús le pregunta al ciego: ¿Qué quieres que haga por ti? Y que él contesta de una vez: Señor que vea otra vez. Ahí está. Nosotros no sabemos muy bien qué es lo que está sucediendo. Nos toca hacer un análisis de la realidad para poder concretar como el ciego y verbalizar qué es lo queremos: para nosotros y para los demás.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Jesús aparece utilizando su poder de aliviar la aflicción de un ser humano, víctima de un trastorno físico: Le devuelve la capacidad de ver; responde a la fe del individuo que lo impulsa a dirigirse a Jesús como al Hijo de David. La actitud de Jesús trae salvación a un excluido de la humanidad, víctima de una enfermedad que lo condena a pasar sus días a la vera del camino, mendigando. El ciego recupera la vista y al mismo tiempo reconoce lo que otros no querían que conociera. Muchas veces podemos sentir que obramos como quienes no reconocen a Jesús en toda su dimensión, y, a la vez, les niegan a otros la posibilidad de hacerlo. El nombre “Hijo de David” no implica solamente la restauración espiritualizada del Reino de Dios, es también la esperanza política del pueblo de Israel, el rey que todos esperaban; si bien no será el rey al modo en que muchos lo esperaban, sí es rey en cuanto elegido, ungido de Dios, quien propone una lógica distinta en cuanto a las relaciones políticas, económicas y sociales.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
A un lado del camino, apartado de la vida, excluido de caminar con los demás, se entera que pasa Jesús. Y lo llama, y le suplica compasión, lo reconoce como Mesías. Su grito es molestia para muchos que intentan acallarlo, como se quiere silenciar los clamores de tantos hoy, ahora mismo, los gritos de los pobres, los enfermos, los inmigrantes, los desterrados de toda justicia, gritos incómodos que crecen y crecerán a medida que más se intente un cómodo silencio.
El grito de ese hombre ciego es fuerte pues nace de las entrañas de su fe. Es el grito mayor que clama desde la esperanza, es oración pura.
Y el Maestro, a esos mismos que trataban infructuosamente de quitar de en medio a ese molesto mendigo, ahora son mandados a llevarlo a Su presencia.
Alto ahí: especulemos un poco; debemos permitir que esos gritos que nos molestan crezcan, que sean ensordecedores para muchos, pues tenemos la tarea santa de llevar a la presencia de Jesús al imposibilitado de ir por sí mismo...
Pero el grito no basta: el grito es fuerte cuando se sabe bien porqué se grita, y es mayor cuando se tiene fe y no se abdica en la esperanza. Por ello la pregunta del Maestro -¿qué quieres que te haga?-
Vidas orantes, don y misterio, signo y profecía: la fe expresada en una vida orante es la puerta que se abre para que el Espíritu transforma la existencia.
Cuando el Maestro pasa por la vida -y pasa en la vida diaria, esa de la que renegamos masticando la rutina- todo cobra nuevo sentido, sanamos y crece la alegría perdida que se expresa en alabanza compartida.
Quiera Dios que nos volvamos compañeros de tantas hermanas y hermanos nuestros que gritan su dolor y sus pesares. Que esos gritos no sean acallados, que esos clamores crezcan y se vuelvan sinfonías de fe que destierren todo rumor de muerte.
Así sea, Maestro y hermano nuestro.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, Jesús nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"?
También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús? ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?
Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo?
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Oh Dios, Padre todopoderoso: Cada uno de nosotros podría también decir: “Señor, que vea de nuevo, porque estoy ciego al amor que me muestras en la gente que me rodea. Que vea de nuevo, porque estoy ciego a tu bondad y belleza que me revelas en tu creación y en los acontecimientos de la vida.” Que nosotros también oigamos de los labios de tu Hijo: “Tu fe te ha salvado.” Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación: Cuando a veces estamos ciegos para lo que Dios nos pide, también nosotros gritamos: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros. Que yo vea de nuevo.” Y que ojalá él nos responda: “Recupera tu visión. Tu fe te ha salvado.” AL BORDE DEL CAMINO
Aquí estoy, Señor, como el ciego al borde del camino -cansado, sudoroso, polvoriento-; mendigo por necesidad y oficio.
Pasas a mi lado y no te veo. Tengo los ojos cerrados a la luz. Costumbre, dolor, desaliento… Sobre ellos han crecido duras escamas que me impiden verte.
Pero al sentir tus pasos, al oír tu voz inconfundible, todo mi ser se estremece como si un manantial brotara dentro de mí. Yo te busco, yo te deseo, yo te necesito para atravesar las calles de la vida y andar por los caminos del mundo
sin perderme.
¡Ah, qué pregunta la tuya! ¿Qué desea un ciego sino ver? ¡Que vea, Señor!
Que vea, Señor, tus sendas. Que vea, Señor, los caminos de la vida. Que vea, Señor, ante todo, tu rostro, tus ojos, tu corazón.
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