miércoles, 22 de junio de 2011

Lectio Divina miércoles 22 de junio 2011, T.O. Ciclo – A- Lecturas: Gén 15; 1-2.17-18 Salmo 104;  Mateo 7, 15-20

PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA

CÓMO PRODUCIR BUENOS FRUTOS


Hagamos las LECTURAS 
Dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conocerán.

VEAMOS NUESTRA REALIDAD  Dura esta palabra… porque para saber qué frutos producimos tenemos que preguntárselos a otros… Es fácil decir palabras bonitas… difícil ofrecer hechos. Podemos hablar con discursos elocuentes de la justicia o de la comunidad o del amor o de la democracia: pero la prueba es si damos frutos de todo eso. El pensamiento de Cristo se recoge popularmente en muchas expresiones que van en la misma dirección: «no es oro todo lo que reluce», «hay que predicar y dar trigo», «obras son amores y no buenas razones»...

2.  MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
En la comunidad todo árbol (persona) que no dé buenos frutos será cortado. En nuestro mundo estamos llenos de espinos y lobos rapaces, y nuestras comunidades cristianas no son excepción. Pero, ¿cómo identificar a esas personas? Por sus frutos los conocerán. Quien hace las cosas sólo por ser reconocido, quien muestra intereses egoístas frente al hermano, quien quiere ser siempre el primero, el mandamás, y no se pone a servir desinteresadamente a los demás, ése no es de Cristo, porque él nos enseñó que la vida de un verdadero hijo de Dios es estar siempre dispuesto a servir sin ningún interés, haciendo presente el Reino en medio de todos. Dar frutos buenos no es más que amar y servir a la comunidad, a la humanidad. Al que ama no le cuesta dar esos frutos; es más, los expresa espontáneamente con su testimonio de vida, con el cariño desinteresado. Son valores que tenemos que ir rescatando en nuestro ser como cristianos, y seguir trabajando para que en el mundo sean erradicados el odio y la violencia. Esos son frutos imprescindibles para hacer presente el Reino en medio de todos.

b. Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
Hemos de ir a la raíz y al fruto del árbol para no andarnos por las ramas; es decir, hemos de bajar al fondo de nuestro corazón para descubrir su maldad o su bondad, su mentira o su verdad, su esterilidad o su fecundidad. Porque no es oro todo lo que brilla.
¿Y cuáles son los frutos por los que se conoce al discípulo de Jesús? Los que señala el discurso del monte que venimos meditando estos días: la práctica de las bienaventuranzas, el perdón y el amor a todos, incluido el enemigo, el dar sin pedir ni esperar nada a cambio, la limos­na, el desprendimiento, la oración, el no juzgar y condenar a los demás constituyéndonos en guías improvisados, moralizantes censores y apre­miantes fiscales de los demás sin haber convertido el propio corazón o, al menos, intentar una mejora.
El auténtico discípulo de Jesús, el que es cristiano y profeta de verdad, el que se sabe incorporado a Cristo por el bautismo y la obe­diencia de la fe, no dejará de producir frutos maduros porque no podrá menos de pensar, hablar y actuar como Jesús. Pero del árbol enfermo y del corazón que es un erial baldío no pueden salir más que frutos malos, palabras y acciones estériles; porque lo que llevamos dentro es lo que transparentamos y producimos.
Por eso, desgraciadamente, en la palabra y actuación de tantos cristianos de número se traslada también el vacío interior y la inma­durez religiosa, evidentes en sus criterios infantiles y egoístas, en sus críticas destructivas, agrias e intolerantes, así como en su comporta­miento farisaico que los induce al cumplo-y-miento, o bien a constituir­se en falsos profetas, guías ciegos de otros ciegos.
Necesitamos un proceso previo de interiorización para que la cali­dad y la fuerza de la savia evangélica se note en nuestros frutos diarios. Pero ¿cómo sin oración ni contacto con Dios, sin experiencia de su misterio, sin escucha y asimilación de su palabra, sin diálogo personal con él en el silencio de nuestro corazón?

3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
-¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos.
¡Un "buen" fruto! La calidad de una fruta depende de la calidad del árbol. Señor, transforma mi corazón para que sea como una ¡fruta buena! de la que puedan alegrarse y alimentarse los demás. Y para esto ¡que sea bueno el árbol! La raíz, el tronco, las ramas, todo el conjunto... para que los frutos sean sabrosos. Sí, Ios gestos y las palabras exteriores no adquieren su valor auténtico mas que cuando son la expresión de una fidelidad interior a Dios y a la Iglesia.

4.  OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Señor, tú conoces muy bien que en nuestra débil naturaleza la palabra es fácil y el compromiso es difícil. Ayúdanos a ser coherentes, a decir la verdad y a rubricarla con la vida. Que nuestras obras no contradigan tu verdad y amor. Amén.

5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy? 
Motivación:  El árbol que da buenos frutos es un árbol bueno. Que la savia del evangelio de Jesús, su unión con nosotros y nuestra intimidad con él corran sin cesar por nuestras venas. Así daremos frutos de justicia, misericordia y amor. UN MINUTO”
Dios mío:
·         Ayúdame a decir la palabra de verdad en la cara de los fuertes, y a no mentir para congraciarme el aplauso de los débiles.
·         Si me das dinero, no tomes mi felicidad, y si me das fuerzas, no quites mi raciocinio.
·         Si me das éxito no me quites la humildad si me das humildad, no quites mi dignidad.
·         Ayúdame a conocer la otra cara de la imagen, y no me dejes acusar a mis adversarios, tachándoles de traidores porque no comparten mi criterio.
·         Enséñame a amar a los demás como me amo a mí mismo, y a juzgarme como lo hago con los demás.
·         No me dejes embriagar con el éxito cuando lo logre, ni desesperarme si fracaso. Más bien, hazme siempre recordar que el fracaso es la prueba que antecede al éxito.
·         Enséñame…que la tolerancia es el más alto grado de la fuerza y que el deseo de venganza es la primera manifestación de la debilidad.
·         Si me despojas del dinero, déjame la esperanza, y si me despojas del éxito, déjame la fuerza de voluntad para poder vencer el fracaso.
·         Si me despojas del don de la salud déjame la gracia de la fe.
·         Si hago daño a la gente, dame la fuerza de la disculpa, y si la gente me hace daño, dame la fuerza del perdón y la clemencia.

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