Lectio Divina lunes 20 de junio 2011, T. O. Ciclo – A- Lecturas: Gén 12,1-9; Salmo 32; Mateo 7, 1-5
PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA
CON LA VARA QUE MIDAS… SERÁS MEDIDO
1. Hagamos las LECTURAS
Dijo Jesús a sus discípulos: -«No juzguen y no los juzgarán; porque los van a juzgar como juzguen ustedes, y la medida que usen, la usarán con ustedes. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.»
VEAMOS NUESTRA REALIDAD – De esta no nos salvamos ninguno pues estamos demasiado acostumbrados a acusar y a juzgar. Lo único que nos queda es pedir: Señor, no nos permitas complacernos en juzgar a otros, sino, como tú lo hiciste, en perdonarles sinceramente, oremos. Señor, que nuestra fe sea un acto de confianza de que estamos en tus manos, de que tú nos quieres felices y sabes a dónde nos conduces…
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Este pasaje evangélico nos da a conocer que la verdadera justicia viene de Dios. No tenemos derecho a condenar al otro cuando ni siquiera nos molestamos en mirar cuáles son nuestras propias limitaciones y defectos. Primero miremos la viga que tenemos en nuestro propio ojo, para luego sacar la pelusa que tiene la otra persona. Las actitudes de intolerancia e incomprensión que muchas veces adoptamos frente al pecado del otro, muestran la incapacidad que tenemos de amar, de perdonar, de ser misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo. Quien ama ve las caídas del hermano con ojos de amor y de perdón. Quien aborrece al otro por su debilidad muestra que en él no habita Dios. No se trata de dejar pasar las cosas; sino que más bien se trata de no condenar al que comete alguna falta; de corregirlo fraternalmente con la intención de que cambie de actitud y vuelva sus ojos al Padre. Que el Señor no nos llame “hipócritas” por nuestras actitudes condenatorias. Más bien, que nos diga: “Éste es mi hijo muy amado”.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
Hermanos: debemos tratar al prójimo con dulzura, estando atentos a no ofenderlo de ninguna manera. Cuando damos la espalda a alguien o le ofendemos es como si pusiéramos una piedra sobre nuestro corazón. Cuando nos acerquemos a alguien, debemos ser puros en palabras y en espíritu, iguales con todos: de otro modo, nuestra vida será inútil...
No debemos juzgar, ni siquiera si vemos con nuestros propios ojos que alguien está pecando e infringiendo un mandamiento divino. No nos corresponde a nosotros juzgar, sino al Juez supremo. No sabemos durante cuánto tiempo conseguiremos perseverar en la virtud.
Debemos considerarnos a nosotros mismos como los peores culpables, debemos perdonar a nuestro prójimo toda transgresión y odiar sólo al demonio, que le ha tentado. La puerta del arrepentimiento está abierta a todos y no sabemos quién será el primero en entrar por ella: si tú, que juzgas, o el que es juzgado por ti.
Para no juzgar es preciso que nos mantengamos vigilantes sobre nosotros mismos. Júzgate a ti mismo y entonces dejarás de juzgar a los otros.
No tenemos que vengarnos nunca de una ofensa, sea la que sea; al contrario, debemos perdonar de todo corazón a quien nos haya ofendido, aunque nuestro corazón se oponga a ello. Si te hieren, haz todo para perdonar, “y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames” (Lc 6,30).
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones.
· Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de «no ser como los demás», sino justo y cumplidor.
· Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás, a saber cerrar un ojo ante los defectos de nuestros familiares y vecinos, porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos y no nos los están echando en cara cada día.
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Señor Jesucristo, concédeme llevar a cabo lo que me has enseñado: a ser misericordioso con todos y a no juzgar a nadie. Y para que te podamos escuchar con la ayuda de tu gracia, nos exhortas a orar. En efecto, tú siempre nos invitas a pedir, para poder acoger nuestras peticiones. Por consiguiente, y dado que me lo mandas, pido; busco, puesto que me lo mandas; llamo, ya que me lo ordenas. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación:
“No juzguen y no serán juzgados”, nos ha dicho el Señor. La tendencia a juzgar es tan fuerte y persistente entre nosotros que es muy difícil de erradicar. Que el Señor les haga más profundamente cristianos, para que les pueda juzgar más benignamente. “COHERENCIA”
Ø Mirar como Tú miras, con ojos claros y limpios, comprendiendo siempre al hermano: coherencia.
Ø Saberse discípulo, no tenerse por maestro y gozar del aprendizaje diario: coherencia.
Ø Conocer a los árboles por su fruto, no esperar higos de las zarzas, ni uvas de los espinos: coherencia.
Ø Almacenar bondad en el corazón, cultivar una solidaridad real y sentir que nos desborda el bien: coherencia.
Ø Reconocer que no todo es tierra firme, construir sobre roca nuestra casa, no tener miedo a huracanas y riadas: coherencia.
Ø Admitir la pequeñez y los fallos propios, quitar pronto la viga de nuestro ojo, no humillar el hermano por no ser como nosotros: coherencia.
Ø Abrir nuestros ojos al mundo, alegrarse por sus pasos y proyectos, no caer en trampa y hoyos como ciegos: coherencia.
Ø Poner por obra tus palabras, hablar con el lenguaje de los hechos, olvidarse de máscaras y apariencias: coherencia.
Ø Coherencia, Señor, de un aprendiz de discípulo que, a veces, se atreve a tenerte por maestro.
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