Lectio Divina lunes 04 de julio 2011, T.O. Ciclo – A- Lecturas: Gén 28,10-22a; Sal 90; Mateo 9,18-26
PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA
¡ANIMO, TU FE TE HA SALVADO!
1. Hagamos las LECTURAS
Mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
VEAMOS NUESTRA REALIDAD – La clave de este pasaje está en que las dos partes afectadas “se acercan a Jesús”. Y Jesús los sana por la fe que ellos demuestran. Quizá debamos reconocer -los cristianos de nuestro Continente- que muchas veces no hemos escuchado con fe la palabra de Jesús y no hemos dejado que se produzca ese encuentro de fe y amor que pondría de pie a los caídos, secaría el derrame de sangre y vida de los que desde hace siglos esperan que en ese encuentro todos y todas podamos sentarnos como hermanos y hermanas a la misma mesa de la vida.
2. MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
El relato evangélico de hoy muestra a Jesús curando a dos mujeres. Sus historias tan distintas se cruzan ante el poder curativo del Maestro. La primera de ellas era una joven de buena familia cuyo futuro se quiebra por una muerte absurda en la plena flor de su vida. La otra, mayor y marginada por impura, pierde su salud a borbotones a causa de una hemorragia incurable. Aparentemente entre ellas nada hay en común, salvo la necesidad de ser rescatadas para la vida por alguien con poder de conseguirlo.
En ambos encuentros, Jesús evita el protagonismo. La iniciativa corresponde, en el caso de la joven a un gesto atrevido de su padre, que mendiga la intervención del Maestro. La mujer mayor, por su parte, toma ella sola la determinación de “hurtarle” a Jesús un milagro, llegando a violar algo muy sagrado para los judíos. Los flecos del manto eran recuerdo de Dios y de su ley y tocarlos, estando impura, era un auténtico sacrilegio.
b. ¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
Contemplemos a Jesús para entender. Busquemos tras su conducta y sus palabras una luz que también nosotros necesitamos. La historia de estas dos mujeres puede ser nuestra propia historia.
Jesús se deja alcanzar por ambas. Ni las excluye ni les pone dificultades. No les hace preguntas verificadoras. No se fija en sus motivaciones. No pone ningún tipo de precio –económico o moral- a su inmediata intervención. Es manso y gratuito. No mira las apariencias, sino que despide el olor inconfundible del amor. Tampoco entiende de clases sociales o religiosas. Se conmueve ante el dolor y reacciona ante la enfermedad y la muerte.
Dos gestos atrevidos aproximan hasta Jesús al padre de la joven y a la mujer sangrante. Son un poco osados para llamar la atención de Jesús. Un miedoso o un narcisista jamás se atreverían a romper con su imagen social, para ponerse al alcance de la bondad del Maestro. El padre de la chica se humilla. La mujer enferma roza, con su gesto, el cinismo. En ambos casos, los dos exponen mucho en la búsqueda de la salvación. Su fe es arrebato ilógico. No acción controlada y ponderada.
La reacción de Jesús da que pensar. No dice: “Yo soy el que te cura o te hace revivir”. Tan solo pronuncia la extraña frase “tu fe te ha salvado” y toma a la niña dormida de la mano. Evita destacar la autoría del milagro, para resaltar el valor de aquella fe capaz de lo imposible.
¿Qué podría llegar a mover nuestra fe si tuviese tan solo el tamaño de un granito de mostaza o menos? En lugar de burlarnos con cinismo por la impotencia de nuestra fe ante la dura realidad del mal y de la muerte; al menos deberíamos permitirle a Él tomarnos de la mano.
3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Dios nos ha hecho para vivir. En Jesús nos muestra que quiere curarnos; que nos quiere totalmente vivos y resucitados de entre los muertos, porque por su resurrección Jesús derrotó a la muerte en su raíz.
4. OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Oh Dios, creador de todo lo que respira y vive: Tu Hijo Jesucristo tocaba a los enfermos, los curaba y les daba vida. Que él nos tome a nosotros de la mano
y nos alce del desaliento y del pecado. Que en este momento Jesús nos toque con su cuerpo y con su sangre, nos regenere y nos renueve otra vez para que vivamos su vida y marchemos por su camino hacia ti. Que nos toque con el calor de su amor para que nuestro amor haga revivir a otros, especialmente a los pobres y a los que sufren.
Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.
y nos alce del desaliento y del pecado. Que en este momento Jesús nos toque con su cuerpo y con su sangre, nos regenere y nos renueve otra vez para que vivamos su vida y marchemos por su camino hacia ti. Que nos toque con el calor de su amor para que nuestro amor haga revivir a otros, especialmente a los pobres y a los que sufren.
Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.
5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy?
Motivación:
Acercarnos a Jesús, pedirle que nos ponga las manos, dejar que nos cure y que nos de ánimos… Eso es lo que necesitamos… “PON TUS MANOS SOBRE MÍ”
Pon tus manos sobre mí, Jesús, tus manos humanas, curtidas y traspasadas: comunícame tu fuerza y energía, tu anhelo y tu ternura, tu capacidad de servicio y entrega.
Pon tus manos sobre mí, Jesús, y abre en mi ser y vida surcos claros y ventanas ciertas para el Espíritu que vivifica: líbrame del miedo y de la tristeza, de la mediocridad y de la pereza.
Pon tus manos sobre las mías, Jesús, que están sucias y perdidas; dales ese toque de gracia que necesitan: traspásalas, aunque se resistan, hasta que sepan dar y gastarse
y hacerse reflejo claro de las tuyas.
Déjame poner mis manos en la tuyas y sentir que somos hermanos, con heridas y llagas vivas y con manos libres, fuertes y tiernas, que abrazan.
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