domingo, 6 de marzo de 2011

Lectio Divina domingo 06 de marzo 2011, Tiempo Ordinario, Ciclo – A- Lecturas: Dt 11,18.26-28.32; Salmo 30; Rm 3,21-25ª.28; Mt 7,21-17

PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA


1. Hagamos las LECTURAS 
«No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel Día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?' Y entonces les declararé: '¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!'«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»


2.  MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
El texto que la liturgia de hoy nos propone, cierra el discurso de Jesús que se abre con las bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Jesús “al ver a toda esa muchedumbre... subió al monte; allí se sentó… y les enseñaba” (Mt 5,1-2). Después de haber anunciado e inaugurado los nuevos tiempos de la conversión en vista del reino de los cielos que se acerca (Mt 4,17), Jesús presenta un programa completo, con un nuevo estilo de vida basado en su persona: El es la “buena nueva del reino” (Mt 4,23) en la que se fundan los tiempos nuevos.

b. Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
En este texto del séptimo capítulo Jesús reitera una vez más que entramos en el reino de los cielos eligiendo, a conciencia, los valores de este reino y haciéndolo con decisión y responsabilidad. Una decisión que se traduce en obras que se reconozcan: las obras de los “hijos de Dios” (Mt 5,9). Jesús aquí hace alusión no tanto a obras externas o a manifestaciones extraordinarias, sino que se refiere sobre todo al fundamento de la vida del discípulo: hacer “la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).

Muchos, ciertamente, profetizan en el nombre de Jesús, expulsan demonios y realizan prodigios al servicio de la evangelización (Mt 7,22). Pero Jesús no los reconoce ya que son “agentes de iniquidad” (Mt 7,23). Las palabras de desprecio dirigidas a éstos son fuertes y terribles ya que Jesús declama abiertamente: “Jamás os conocí; apartaos de mí” (Mt 5,23). Son frases que nos recuerdan las palabras del Buen Pastor, en el evangelio de Juan: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen” (Jn 10,14). Aquí se hace hincapié en la actitud de Jesús, que no se deja embaucar y sabe, siendo Juez Justo, quienes les pertenecen y quienes no. En el Evangelio de Juan, encontramos lo mismo, por ejemplo con referencia a Judas Iscariote y a la elección de los doce: “Jesús respondió: Yo mismo los elegí a ustedes, los Doce. Y, sin embargo, ¡uno de ustedes es un diablo!. Hablaba de Judas, hijo de Simón el Iscariote: era uno de los Doce y lo traicionaría.” (Jn 6,70); “No lo digo por todos ustedes; porque conozco a los que he escogido; y se va a verificar lo dicho por la Escritura: El que come el pan conmigo se levantará contra mí.” (Jn 13,18); “Ustedes no me escogieron a mí. Soy yo quien los escogí a ustedes y los he puesto para que vayan y produzcan fruto, y ese fruto permanezca. Y quiero que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo dé.” (Jn 15,16). Un tema éste que es común también en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, lo encontramos en Oseas, con relación al pueblo de Dios que a pesar de haber “rechazado el bien” grita: “Mi Dios, nosotros de Israel, ¡no te conocemos!” (Os 8,2-3). Las parábolas de las diez vírgenes (Mt 25,11-12; Lc 13,25), de las dos casas (Lc 6,46) nos hablan de esto. También algunos pasajes de los Hechos de los Apóstoles y de las cartas paulinas nos hacen notar esta realidad (He 8,9-13, 18-23; 2Ti 3,8-9, 1Co 4,20; Fil 3,7-9;) existente ya en la iglesia primitiva: es decir la presencia de los que cumplen un ministerio en nombre de Jesús, pero de hecho son agentes de iniquidad, desobedientes a la voluntad de Dios (Heb 4,6) y entonces no se enteran del reino. Por ello Pablo exhorta a los discípulos para que vivan “con sencillez de espíritu, no sirviendo sencillamente cuando los vigilan, o para que los hombres los feliciten, sino que sean como siervos de Cristo. Hagan su trabajo con empeño por el Señor, y no por los hombres” (Ef 6,6).

Jesús reconoce solamente como suyos, los que hacen la voluntad de su Padre (Mt 12,50; 21,29-31; Mc 3,35), porque él también es reconocido por esto (Jn 7,17). Pone en guardia a sus discípulos de los falsos profetas “que vienen a ustedes disfrazados de ovejas, cuando en realidad son lobos feroces” (Mt 7,15). En ese texto (Mt 7,22) el término “profetizar” se refiere al ministerio de la enseñanza con autoridad moral, hecha en nombre de Jesús, en la comunidad cristiana. A esto se refiere también Pablo en 1Cor 12,28 y Ef 4,11. Este es uno de los dones, juntamente con el exorcismo y con la manifestación de otros prodigios, que contribuye a la edificación de la Iglesia facilitando la proclamación de la buena nueva. Por consiguiente es un don que, como cualquier otro don, trae consigo una gran responsabilidad. Los “agentes de iniquidad”, aunque tengan dones, causan daño y ruina al edificio de la Iglesia (casa de Dios) con su hipocresía. Es posible que sea también éste el sentido de la parábola de Jesús sobre las dos casas construidas, una sobre arena y la otra sobre roca. Así que lo importante no es afanarse, sino construir sobre la Palabra de Dios, poniéndola en práctica con docilidad y caridad, porque sin la caridad que nos une a Dios y a su voluntad no somos nada y nada nos sirve (1Cor 13,1-13). “Pasarán las profecías, callarán las lenguas y se perderá el conocimiento” (1 Cor 13,8). Solamente “la caridad nunca pasará” (1 Cor 13,8).

3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1.      ¿Qué valores o principios es urgente que tengamos presentes para vivir con más solidez nuestra vida personal y comunitaria?
2.      ¿En qué debemos mejorar nuestro comportamiento para ser como el hombre sabio que edificó su casa sobre roca?
3.      Menciona dos problemas que nunca te imaginaste que iban a suceder en tu vida o en la de tu familia.  ¿Cómo podríamos prepararnos mejor para los problemas imprevisibles?
4.      ¿En qué comportamientos y actitudes debemos mejorar para ser más coherentes entre lo que decimos y hacemos, entre lo que pensamos y practicamos?"

4.  OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Alabemos a Dios por los valores y principios sólidos que nos transmitieron nuestros papás, hermanos, amigos, maestros, catequistas, vecinos... Pidámosle que nos dé ánimo y fortaleza para orientar nuestra vida por principios sólidos; que no nos dejemos llevar por lo más fácil o lo convenenciero. Roguémosle que una preocupación básica de nuestra vida sea la coherencia; que no nos acostumbremos a decir una cosa y hacer otra, a pensar cosas buenas pero no practicarlas...


5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy? 
La vida no es cuestión de magia o de suerte; todos lo sabemos.  El Evangelio, coherente con esto, remarca la necesidad de hacer caso a unos principios básicos que le proporcionen solidez a la vida. Mateo propone no pasar por alto los principios de comportamiento que les ha propuesto Jesús a sus discípulos en la sección de 5, 1-7,20.  Poner en práctica las Bienaventuranzas, vivir con buenas intenciones, amar al enemigo para solucionar de raíz los problemas, el respeto absoluto a la mujer… son comportamientos que generan solidez en la vida de las personas.       
La solidez en la vida se consigue no porque se diga mucho sino porque se vive de manera adecuada, de acuerdo a los valores del evangelio; no es suficiente con realizar cosas vistosas, es necesario tener comportamientos significativos.  En la vida, si queremos vivir con solidez, necesitamos ser coherentes, escuchar y poner en práctica.  Ser sabio no es tener muchas soluciones en la cabeza sino elegir y poner en práctica la más adecuada; por el contrario, ser tonto o necio es precisamente no poner en práctica lo bueno, ser incoherente.
Los seres humanos estamos seguros de  que ciertas cosas nos sucederán en la vida; la experiencia acumulada nos garantiza que experimentaremos ciertos retos y problemas.  Sin embargo, nos angustia -y con razón- lo imprevisible.  Ante esto el Evangelio garantiza que la solidez de principios ayuda a enfrentar, sin ir a la ruina, los problemas que no sabemos cuándo, cómo y con qué intensidad llegarán.

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