jueves, 5 de enero de 2012

Lectio Divina miércoles 04 de enero 2012, -Ciclo – B. lecturas: 1 Juan 3,7-10; Salmo 97; Juan 1, 35-42

PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA

¡¡VENGAN Y VEAN!!


1. Hagamos las LECTURAS 
Hijos míos, que nadie los engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

Del Evangelio según san Juan 1, 35-42
Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscan?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Vengan y lo verán.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

VEAMOS NUESTRA REALIDAD – “¡Venga y vean!”, dice Jesús a los dos discípulos de Juan el Bautista, que tenían curiosidad sobre el mismo Jesús. Fueron y vieron a su Salvador, y le siguieron. “¡Vengan y vean!” Ojalá pudiéramos  nosotros  decir  lo  mismo  hoy  a nuestros hermanos   -sobre todo a los “alejados”-   y mostrarles a Jesús presente en medio de nosotros. ¿Lo encontrarían entre nosotros? Y nosotros mismos ¿reconocemos a Cristo que pasa entre nosotros?

2.  MEDITEMOS la lectura
a. ¿Qué dice el texto?
Cada persona y cada grupo reaccionan de manera distinta ante el llamado profético de Juan Bautista y de Jesús de Nazaret. Así como el llamado de Juan Bautista había puesto en evidencia las verdaderas intenciones del pueblo sencillo y la oposición de las autoridades religiosas, así el encuentro con Jesús revela las intenciones de sus discípulos. Por el testimonio de Juan los dos primeros discípulos reconocen a Jesús como Maestro, y luego lo proclaman como Mesías; Pedro tendrá que hacer un recorrido más largo. Los que reconocen a Jesús, tanto pronto como tarde, deberán preguntarse constantemente: ¿qué significa este encuentro para mí?, ¿cómo afecta mi vida?, ¿qué debo hacer para responder al llamado de Jesús que me dice “ven y verás”? Encontrar a Jesús significa reconocerle como ‘maestro de vida’ o Rabí; interpretar su mensaje en términos de seguimiento; aceptar que compartimos su misión. Respondemos a su llamado acudiendo a los lugares donde Él vive y actúa. Nos transformamos en mensajeros suyos cuando aceptamos nuestra condición de ‘ungidos para la vida’, que es lo que realmente significa nuestro nombre de cristianos. ¿Hemos encontrado al Mesías? Entonces, ¿qué significa para nosotros la unción de Jesús? ¿Qué significa nuestra propia unción?

b. Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.¿Qué nos dice el texto a nosotros hoy?
El cordero sacrificial poseía un enorme valor simbólico para el pueblo de Israel. Era el cordero puro y sin mancha que se sacrificaba a Dios para el perdón de los pecados del pueblo y de cada una de las personas.
Era la ofrenda de Abraham que se inmolaba en lugar de Isaac, su hijo. Era la sangre del cordero con la que se marcaban las puertas de sus casas en Egipto, y sería el signo que salvaría del exterminio a los primogénitos de Israel. El pueblo ofrecía a su Dios un cordero en sacrificio por el perdón de los pecados y por la vida de sus hijos. El pueblo ofrecía a su Dios un cordero en sacrificio para no sufrir más el agravio de la muerte...
Juan era hombre de Dios; el espíritu moraba en él. Pasa el Maestro. Y el Bautista, movido por ese Espíritu Santo, no duda en afirmar: -Este es el Cordero de Dios-. Ya nada será igual. Mientras que durante siglos el pueblo ofrecía a Dios un cordero en sacrificio por la vida y el perdón, ahora es Dios que se ofrece a sí mismo como sacrificio a su pueblo por el perdón y para la vida de sus hijos. 
Juan no vacila: -Éste es el Cordero de Dios-, y dos de sus discípulos siguen a Jesús, y lo siguen a su casa: quieren ir y ver.
Y cuando pueden ver su morada, se quedan con el Maestro.
Ya con Él, se van encontrando con otros y cuentan lo sucedido: han encontrado al Salvador y Señor, y llevan a sus hermanos a su encuentro.
Y el encuentro con Jesús cambia y transforma la vida: el nuevo nombre -Cefas por Simón- es el signo de la nueva vida.

Signo, señal...

El encuentro con Jesús y con los hermanos son las señales del tiempo de gracia y misericordia que ha dado comienzo con ese Dios que nos ha nacido, y que nos hace ir a la casa del Cordero, a la vida rescatada, al perdón de las miserias, a la salvación de los hijos.

3. CONTEMPLEMOS - Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
-«Hijos de Dios»... «Hijos del diablo»...
Juan acaba de descubrir a los hijos de Dios. Ahora los contrapone a los "hijos del diablo". Esa expresión hace estremecerse. Del mismo modo que se puede vivir «en comunión con Dios», se puede también «vivir con el diablo». Podemos estar unidos a Dios y podemos encadenarnos al mal. Pero no olvidemos que esto no determina ante todo dos categorías de hombres -resultaría demasiado fácil clasificarse en la primera-; en realidad la frontera que separa a los hijos de Dios de los hijos del diablo, pasa por nuestro propio corazón. Por algunos aspectos de mi vida, soy «de Dios» ¡Gracias, Señor!... Por otros, soy «del diablo»... Perdón, Señor!

4.  OREMOS - ¿Qué nos hace decirle el texto a Dios?
Señor Dios nuestro: Tu Hijo pasa entre nosotros como el Cordero salvador, pero con frecuencia no nos percatamos de su presencia.  Danos ojos de fe para que percibamos al menos un vislumbre suyo en el amor y compasión de los hermanos que nos rodean,  en su ánimo y en su ayuda,  en su interés y compromiso por la justicia.  Porque en su bondad tú te muestras a ti mismo a través de tu Hijo Jesucristo, que vive contigo  y con el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

5. ACTUEMOS – ¿Cómo puedo vivir este texto hoy? 
Motivación:  “Hemos encontrado al Salvador”, exclamaba el apóstol en el evangelio de hoy. Nosotros también le hemos encontrado. Que esto constituya nuestra alegría y nos impulse a compartir nuestra experiencia con nuestros hermanos. Que ojalá todos nosotros le encontremos de verdad y le proclamemos a nuestros hermanos, con la bendición del Señor. “VEN Y LO VERÁS”
En eso de buscar excusas soy, Señor, especialista. Ante la urgencia de una respuesta  encuentro siempre argumentos  para escabullirme y no dar golpe. Pero Tú me dices:   Ven y lo verás.

Te aseguro, Señor, que miro, veo y respondo  según mi conveniencia.  En esto de mirar y ver  hay muchas trampas,  y pienso que llegas tarde  si quieres enredarme. Pero Tú me dices: Ven y lo verás.

Muchos días miro y no veo nada. Estoy dormido, bien dormido,  ante los marginados y heridos del mundo.  Y creo que aquí no pasa nada,  que eso es un invento  para tenernos en vilo.  Pero Tú me dices: Ven y lo verás.

Hay otros días en que veo doble,  y una injusticia a cada paso.  Pienso que esto no tiene arreglo,  y me amargo soñando interminables desgracias con los brazos cruzados, y diciendo: Nada se puede hacer.  Pero Tú me dices: Ven y lo verás.

Y cuando pongo manos a la obra,  porque estómago, corazón y cabeza  me duelen de tanto soportar,  son muchos los que afirman que eso no va con nosotros,  que lo nuestro es otra cosa, que no debemos meternos en política ni despertar a los que duermen bajo las higueras. Pero Tú me dices: Ven y lo verás.

Los eslóganes son claros: que no me coma el cuento,  que no sea un ingenuo, que no me emocione al primer golpe,  que no me deje cambiar el nombre, que no pregone mis ilusiones, que respete a la gente en sus opciones,  que siga feliz descansando a la sombra,  que sólo se vive una vez, que de Nazaret nada bueno puede salir...  Pero Tú me dices: Ven y lo verás.


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